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En el New York Times, la psicóloga Lisa Damour teorizó que la mirada en blanco -ese singular y cortante gesto de desprecio- era el campeón y el único recurso de la adolescente oprimida ante la falta total de autonomía. «Al poner los ojos en blanco mientras guarda los platos, la niña establece que es un estado independiente que elige ceder, por ahora, al poder regional», escribe Damour; el «poder regional» son los padres.
Aunque las teorías evolutivas sugieren que el movimiento ocular es en realidad una estrategia fundamental que las mujeres emplean para expresar su dominio sobre otras mujeres específicamente. A diferencia de los hombres, los investigadores afirman que las mujeres manifiestan su agresividad de forma menos abierta. Las tácticas que suelen utilizar se clasifican como agresión indirecta, una categoría que incluye comportamientos como «criticar el aspecto de un competidor, difundir rumores… y la exclusión social». También, por supuesto, abarca un giro de ojos señalado.
«Las mujeres no suelen utilizar la agresión verbal o física», explica Vaillancourt. «Hay muchas razones diferentes para ello, pero creo que habría habido cierta presión de selección. La agresión indirecta tiene más ventajas. Por ejemplo, se podría acosar a los competidores y atraer a más parejas, todo ello sin entrar en una confrontación física.»
Y aunque esto pueda parecer inteligente, por cada agresor hay alguien que tiene que hacer de agredido; este tipo de guerra psicológica puede tener efectos angustiosos en las adolescentes. Las mujeres y las niñas -acostumbradas a luchar con subterfugios, por lo visto- tienen reacciones fisiológicas ante el mero movimiento del giro de ojos, dice Vaillancourt, mientras que los chicos no son tan sensibles a él. «Un giro de ojos puede desencadenar nuestro sistema de huida o lucha», dice, y añade que «hay estudios que sugieren que [el giro de ojos es] la táctica más utilizada».
Sin embargo, la mirada en blanco sigue siendo una protesta, una petulancia, la forma original de decir «no me jodas», y no es sólo para los adolescentes. «Tenemos que investigar en un complejo de ancianos para ver si siguen poniendo los ojos en blanco», bromea Vaillancourt, «pero sospecho firmemente que sí».
